jueves, 24 de septiembre de 2009

Prisiones

Día espléndido de sol, primaveral, de esos que te hacen saltar como resorte de la cama para buscar desesperadamente que un rayito de sol pegue en tu cuerpo después de tantos días de lluvia y frio.

Pienso que lo peor que me podría pasar en la vida es que me priven del sol. Que ese sería mi castigo mayor. El vivir encerrada y no poder sentirlo en la piel.

Increíblemente, hay personas que eligen eso. Que no importa si afuera hay sol, llueve hace frio o calor, prefieren un cuarto oscuro y acondicionado, en una suerte de conexión consigo mismo…o con la televisión o la computadora.

Y entiendo que lo que es una prisión para mí, para ellos es una suerte de útero en el que se sienten contenidos.

Quizá la prisión para ellos sea la compañía constante. O la necesitad de moverse y hacer cosas distintas cada día.

Cuán difícil es cuando dos personas así se encuentran. Porque se disfrutan aquellas cosas que son comunes, pero estar al lado del otro es simplemente una prisión para alguno de ellos. Y a veces nos empecinamos en intentar que el otro disfrute lo que para nosotros es indispensable.

Intentamos sacarlos de su prisión…cuando en realidad no hacemos más que meterlos en una.
Debería funcionar perfectamente bien cuando los dos disfrutan de lo mismo, cuando tienen las mismas prisiones…pero tampoco es tan simple. A veces vemos al otro como la prisión en sí.

Especialmente cuando estamos tan acostumbrados al disfrute de hacer lo que queremos cuando queremos, el hecho de estar pendiente de lo que quiere el otro nos hace sentir atrapados…y tenemos miedo que el otro nos meta en una prisión que no es nuestra, y no tener la llave para salir.

Y la clave está en mantener la llave en nuestro poder. Necesitamos controlar la entrada y salida al paraíso o al purgatorio…entonces no confiamos en que la llave la tenga el otro, tenemos miedo que nos deje encerrados…aunque sea en el paraíso.

Y nos inventamos prisiones que no existen, solo para creer que el decidir por nosotros mismos, o el tener al lado a alguien a quien moldear a nuestras propias libertades nos hace libre.

No tomamos conciencia que no entregarnos al otro nos deja en una efímera sensación de libertad mientras la soledad se adueña de la llave…

Admirando

Cuando tenía cerca de 18 años era una mocosa insolente. Ahora ya no. Lo de mocosa. Lo de insolente lo pulí…pero a veces se me escapa.

Me acuerdo que trabajaba de secretaria en una pyme, y el jefe me pide que lo comunique con un tal Ingeniero NN. Lo busco en la agenda, y la secretaria anterior había escrito un cartel al lado del nombre que decía “DECIR INGENIERO”. No entendí bien que quería decir, entonces llamé, pregunté por el Sr NN, me atiende y me dice, sí, habla el INGENIERO NN, resaltando la palabra ingeniero como si yo hubiera cometido un sacrilegio llamándolo señor.

Y como era terriblemente insolente, mi respuesta fue: “discúlpeme, no quise ser irrespetuosa, solo que considero que ser señor es mucho mas loable que ser ingeniero, porque eso no se aprende en ninguna facultad…buenas tardes ingeniero, lo comunico con…”

Obvio, o el tipo quedó shockeado por la respuesta y no le dijo nada a mi jefe o a mi jefe le divirtió la anécdota, porque no recibí el telegrama de despido…

El punto es que aún hoy, sigo admirando en los demás cosas que los demás no admiran. Quizá se trate de que la admiración para mí, parte de las falencias de cada uno. Entonces yo admiro los que son buenos en cualquier deporte, porque yo no lo soy, los que viven de buen humor y de alguna manera “despreocupados”, al menos según mis cánones de preocupación, los que viven el hoy como si fueran a morir mañana y no necesitan planificar su vida entera como yo…

Y no me importa si son el kiosquero, la chica que trabaja en casa o el presidente de la empresa en la que trabajo.

Mi admiración hacia la gente pasa por otro lado.

Y seguramente es por eso que lo que más admiro en esta vida es a la gente que encontró quien la ame con locura, que supo amar al otro de la misma manera, y lo mantuvo en el tiempo.

Esos son casi Dioses para mí, ejemplos a seguir, quizá porque es lo que me resulta más difícil en esta vida. Es lo que no podes aprender en ningún libro ni de Bucay, ni en la Biblia, ni en el Blog de turno.

Hay muchas teorías acerca de amar y ser amado, pero ya lograrlo, y mantenerlo en el tiempo, es lo único que considero un desafío tal que las veces que lo he logrado, al menos por un tiempo efímero, es ahí cuando me siento invencible. El hecho de hacer feliz a alguien, no se puede igualar a ningún otro logro en la vida.

Lo extraño es que la gente siga considerando exitoso a un hombre que tuvo muchos logros económicos o profesionales pero no es feliz. Ni supo hacer feliz a nadie.

Para todo lo demás, basta una habilidad genética, una buena universidad, y un poco de suerte…todo mucho más fácil de conseguir que el esfuerzo de amar tanto a alguien que puedas ser feliz simplemente haciendo feliz al otro…

domingo, 13 de septiembre de 2009

Tormentas

Freddie se preguntaba si existían las tormentas de amor. Dado que hay tormentas de granizo, de viento, de ira, de ideas, de ánimo…porque no de amor?

Y así me las imagino.

Las tormentas de verano, que son las que llegan de golpe, inesperadas, nos encuentran sin paraguas, sin un techo…terminamos empapados, pero se van rápido, sin demasiado daño y finalmente nos dejan un arco iris en el alma, tan lindo que queremos que se repita. Me recuerdan a ciertos amores que no eran lo mismo sin esas tormentas esporádicas, aquellos con los que necesitaba un sacudón de vez en cuando para volver a sentir lo lindo que era que salga el arco iris.

Las tormentas tropicales, de esas que sabemos que todos los días a las 5 de la tarde generan un chubasco, las vemos venir. Son tan predecibles que nos dejan tranquilos, disfrutamos todo el día, a las 5 abrimos el paraguas un rato, pasan..y vuelven al día siguiente. Son esos amores que se vuelven tan predecibles que nos aburrimos, o ya ni nos acordamos que el otro está. O en espíritus menos inquietos, son los que duran toda la vida.

Las tormentas de invierno. Esas que duran demasiado, que nos generan un frío que no lo calma ninguna calefacción , y que rogamos que terminen y no vuelvan más. Pero no las podemos evitar. Amores tormentosos, sin arco iris, que ya no vuelven jamás a compararse con el día de verano que seguramente era en un principio.

Y finalmente están los huracanes. Empiezan con un día de sol radiante, con una calma espectacular y terminan destruyendo todo.

Amo los climas tropicales, debe ser por eso que soy tan propensa a las tormentas y huracanes. Y así como no nos explicamos como hay gente que vive en zona de huracanes y acepta que su casa se destruya cada tanto, así me siento yo con los amores.

Con tal de vivir el calor y la calma que la precede, acepto que de vez en cuando las tormentas me destruyan el corazón. Y no puedo vivir con la tormenta tropical que se cuando viene, ni con las de invierno que me dejan el alma desolada, ni con las tormentas de verano que terminan demasiado rápido.

Soy capaz de tolerar un huracán de vez en cuando si eso me permite disfrutar del clima tropical. Y no cambio la calma que precede a la tormenta por nada en el mundo. Los amores que son tan fuertes como para generar un huracán son los que más añoro en la vida, a pesar de que son los que más heridas me dejaron en el alma…

domingo, 6 de septiembre de 2009

Discapacidades

Supuestamente, parte de nuestra evolución como personas debería ser el superarnos, en todo sentido. Aprender más, ser más capaces. Más capaces de entender, más capaces de no equivocarnos, más capaces de progresar profesional y económicamente.

Eso es lo que la sociedad espera de nosotros. Y lo que aprendimos, como parte de nuestra superación, es que ese debería ser el foco de nuestra vida para lograr el éxito y la felicidad.

Y no importa cuánto progresemos en la vida, lo importante es que lo hagamos, en algún aspecto al menos.

Pero en esa vorágine de crecer, cada capacidad nueva que adquirimos, nos genera alguna discapacidad asociada.

Parece como si no pudiéramos con todo, a pesar de creer que sí, entonces cuanto más exigimos a nuestro cerebro más dormimos al alma.

Excepto esos seres superiores que ya nacen sabiendo hacer ambas cosas a la vez, la mayor parte de los mortales, no lo logramos.

Y ahí es cuando nuestro cerebro empieza a pesar tanto en nuestra toma de decisiones que dejamos de ser espontáneos. Todo genera un aluvión de pensamientos, análisis, especulaciones.

Dejamos de entregarnos. Perdemos la capacidad de amar sin condiciones. Sin pensar en el futuro. Sin planificar. Sin desconectar nuestro cerebro para dejar simplemente actuar al corazón como sabe hacerlo: inconscientemente.

Pasamos a ser personas absolutamente capaces a nivel profesional convertidas en incapaces emocionales.

La lucha que generamos entre el cerebro y el alma, la necesidad de no equivocarse, el hambre de éxito a todo nivel, la poca tolerancia al fracaso, nos provoca exactamente el efecto contrario: nos equivocamos, fracasamos, no podemos usar ni un poco de esa inteligencia para considerar que es también un acto de inteligencia saber apagar el cerebro a tiempo.

La parte positiva, es que las discapacidades se pueden mejorar. Y siempre es mejor reaccionar a tiempo para volver a encontrar esa capacidad de amar, que de hecho nos viene de fábrica, pero aprendemos a perderla ante el primer fracaso.

Lo que no podemos evitar es seguir cargando con una incapacidad.

Cuando siendo tan capaces para todo nos convertimos en incapaces de amar, generamos una burbuja alrededor nuestro para que todo lo demás lo tape y no se note.

Y el momento crucial en el cual pasamos de la discapacidad a la incapacidad, es cuando nos resignamos a dejar de amar…