jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuento de Navidad

Es época de películas tontas, en las que los milagros de navidad se suceden por doquier, en las que todos son felices, y los deseos se convierten en realidad.

Pero este año, las películas tontas no me parecen tan tontas. Este año decidí creer en los milagros de Navidad

Y no es porque sí. Existe una razón muy importante para creerlo: y es que hace un tiempo siento que estoy viviendo un milagro de navidad.

Será que de pronto, en menos de un año, mi vida cambió radicalmente. Y no es que no me gustara la anterior, de hecho, siempre disfruté de la vida, aún cuando la felicidad jugaba a las escondidas. El solo hecho de buscarla me hacía sentir que valía la pena. Pero siempre sentí que nada era permanente, que la búsqueda debía ser eterna, que no importaba cuantas navidades pasaran, la búsqueda de la felicidad seguiría. Y por más que la encontraba, duraba poco…y vuelta a empezar.

Pero esta vez, tengo en casa mi propio milagro de navidad.

Me crucé con alguien que me hace creer todos los días que esto no va a terminar.
Encontré a quién no le pesa acompañarme en el camino, porque es el mismo camino que él quiere recorrer.
Descubrí a alguien que me mira y me ve.
Alguien que se emociona cuando lo miro.
Aprendí la fórmula para que la pasión no solo no disminuya sino que aumente con el tiempo.

Será por todo eso, y por todo lo que sé que me queda por vivir, que hoy creo más que nunca en los milagros de navidad…

viernes, 30 de julio de 2010

Cuando el amor no duele

Todo el mundo lo sabe: el amor duele. Es como algo que viene implícito con eso de amar. Algo así como cuando nos dicen que si hacemos ejercicio físico y no nos duele nada entonces no sirvió.

Lo asumimos desde siempre, y así vamos por la vida aceptando que para recibir el regalo del amor, tiene que doler.

Y cuando ya desde un inicio una relación provoca turbulencias, y huracanes y un montón de accidentes naturales que provocan emoción, pero también dolor, lo consideramos como parte del juego que nos tocó jugar.

Asumimos desengaños, falta de metas en común, desilusiones, valores opuestos a los nuestros…sufrimos, pero como el dolor viene asumido en el paquete, el balance, sacando a ese villano de la cuestión, nos sigue dando positivo.

Claro que la adrenalina que genera intentar tapar el sol con un dedo, para enfocarnos en el amor que sin ninguna duda surgió por un montón de cosas buenas, es suficiente para mantenernos entretenidos un tiempo.

Y nadie duda de que eso era amor verdadero. Un poco movidito, si, pero amor al fin. Un amor en el que a uno le toca llevar la mochila más pesada mientras el otro emprende el viaje con el bolsito de mano.

Entonces construimos una pared, y otra, y otra, con una base apoyada en pilares rajados por el dolor que asumimos y dejamos pasar. Y seguimos construyendo basados en todos los momentos de felicidad que aprendemos a generar. Y que son como el ibuprofeno que nos oculta el dolor de amar.

Que diferente resulta cuando el amor no duele. Y que placer es no tener que estar a diario capeando huracanes y resguardándose de las tormentas. Y cuando toda la adrenalina se puede poner en tirar para adelante, en construir, esta vez sobre una base mucho más sólida.

Que bueno es ver que no se da un paso para adelante y dos para atrás, sino que se ve crecer la vida en común como un edificio, con cada vez más pisos…

Y es en ese momento cuando uno entiende que el verdadero amor es el que no duele. Es el que tiene una base tan pero tan sólida que nos da la sensación de que podemos construir tantos pisos como para llegar al cielo, y tocarlo con las manos…

lunes, 26 de julio de 2010

Superman

Hubo veces en la vida en que sentía que todo estaba mal. Y que no importa lo que hacía, nada se podía resolver.
Y aunque no era verdad, y lo cierto es que todo (o casi todo) tiene remedio, la desazón ganó. Por goleada. Y más de una vez.

El tiempo me mostraba una y otra vez que las cosas de una manera u otra se resolvían. O al menos pasaban a otro plano, perdían su importancia o simplemente dejaban de verse como problemas y se convertían en oportunidades, tal como dicen los libros de autoayuda. Pero a veces no alcanzaba para evitar el dolor del alma.

Por eso es que a aquellos que quizá por eso de ponerle garra y aún en los peores momentos de angustia pensar muy en el fondo que la racha va a cambiar, se nos va formando como un vestidito de superman (o mujer maravilla quizá) que nos resulta muy difícil de sacar.

Y lo peor es que es la imagen que reflejamos para muchos. En especial para aquellos que no han tenido la puntería de estar al lado nuestro cuando el vestidito se cae y no hay manera de convencernos de que sigue por ahí.

Y eso hace que el papel de superhéroe se nos pegue en el alma. Y eso es malo a veces. Es malo porque nos pone en la obligación de no mostrar flaquezas. Ni siquiera ante el espejo. Porque nadie le cree a un superhéroe que llora.
Y es malo porque también nos hace impenetrables…excepto para otro superhéroe.

Pero a veces es bueno. Es bueno porque si llegamos al momento en que realmente nos creemos el papel, eso ayuda y mucho a resolver imposibles.
Y ahí es cuando mirando para atrás nos preguntamos donde estaba el trajecito cuando permitimos tanto dolor, cuando nos privamos de ser felices por seguir un proyecto que solo un superman que se cree todopoderoso podía creer que iba a funcionar.
O cuando tratamos de entender cuanto más fácil hubiese sido si dejábamos caer el trajecito a tiempo y pedíamos ayuda.

Y en esos momentos en que podemos dejar el trajecito colgado en la percha, bien a mano, pero tranquilos porque sabemos que otro superhéroe nos cuida, ahí es cuando finalmente nos sentimos invencibles…

miércoles, 30 de junio de 2010

Eternizando etapas

Una señora le pregunta a Mafalda: que querés ser cuando seas grande? Mafalda ve pasar a su madre, corriendo de un lado para el otro, con la escoba, la comida, el teléfono…y dice: volver a ser chica!

Es indiscutible la sutileza de Quino para enviar mensajes a través de sus tiras, y también asombra la vigencia de un comic de hace…30 años?

Por lo visto, nuestra generación entendió el mensaje de Quino, y lo siguió al pie de la letra: la mayoría prefiere quedarse en la niñez y no salir nunca de ahí, excepto para cometer algunas típicas metidas de pata habituales en la edad del pavo.

En la época de Mafalda las mujeres eran madres muy jóvenes, los hombres se casaban temprano y se volvían hombres de familia a los 20, con todas las responsabilidades que eso significaba…y claro, los matrimonios duraban, porque como leí hace poco, el amor para siempre se inventó cuando la expectativa de vida era de 30 años…ahora no sabemos que hacer con los 40 que nos sobran.

Y en esos momentos se quemaban etapas. Hoy se eternizan.

Intentamos hacer a los 40 lo mismo que a los 20 sin entender que nos perdemos 20 años de vida. Aplazamos lo más que podemos todo tipo de responsabilidades para eternizar la adolescencia…que deberíamos querer que se vaya rápido, porque justamente ahí es cuando se adolece de todo…pero suponemos que las responsabilidades duelen más y no tienen vuelta atrás. Y a veces es cierto.

Pero aún así hay varias formas de desperdiciar la vida. Algunos niños de 40 me dicen que no la desperdician, que la disfrutan. Y lo entiendo. Pero sigo pensando que si podemos hacer mil cosas distintas que nos hagan felices, por qué hacer siempre lo mismo?

Cuando veo gente que vacaciona siempre en el mismo lugar, que no va al cine ni al teatro, que no sale siquiera a hacer el turibus de la ciudad de Buenos Aires, que dedica a su trabajo más tiempo que a su vida, que no disfruta sus amistades, ni a su familia ni a sus hijos por correr atrás de algo que nunca va a alcanzar, o que cuando alcance no sabrá que hacer con ello, realmente me dan muchas ganas de pedirle que me regale un pedacito de la vida que está desperdiciando.

O cuando veo a quien parece tenerlo todo y se siente pobre, que algo le falta. Y no es capaz de disfrutar una puesta de sol, que es gratis y se ve todos los días. Y solo se aferra a lo que está mal en su vida, que a veces, comparado con las miserias humanas es ínfimo, me da mucha tristeza.

Creo que viví mi vida explotando cada etapa todo lo que podía. Y no me arrepiento, disfruté y disfruto mi vida increíblemente. Pero me doy cuenta que son tantas, tantas las cosas que quise y quiero vivir que la vida es muy corta para todo!

Entonces quiero hacer todo a la vez, cambio pisos, encaro proyectos, cambio de trabajo, vuelvo a cambiar, me enamoro, me desenamoro, sigo buscando al amor de mi vida…lo encuentro, y sigo acelerando!

Y me estreso porque no puedo con todo. Y dejo de disfrutarlo. Lo bueno es que esa es mi luz roja y ahí me relajo y por un rato, pongo el pie en el freno y dejo fluir…pero no por mucho tiempo. Siempre hay algo que me recuerda que la vida es corta.

Aunque teniendo alguien al lado que empuja como uno, es mucho mayor el acelere y menor el stress. Ahí se pone bueno.

Pero lo importante, más allá de lo que podemos o no hacer, es no desperdiciar la vida. Vivir cosas nuevas, pelear por lo que uno quiere, amar incondicionalmente, enamorarse una y otra vez hasta que sea la definitiva, enamorarse del amor, de la vida…solo así podemos considerar que nuestro paso por este mundo mereció ser vivido.

No debería pasar un solo día, más allá de los problemas que tengamos que afrontar, en el que no luchemos por sentir la alegría de vivir la vida…

lunes, 7 de junio de 2010

Respuestas

Hace un tiempo me preguntaba si preferiría enamorarme de alguien como yo, o de alguien totalmente opuesto. Hoy aprendí que alguien que sueña como yo, le interesan las mismas cosas, y me acompaña en los valores es mucho mejor que una media naranja que me complemente. Y aunque sea igual de cabeza dura, a veces eso ayuda a perseguir con la misma fe los imposibles y convertirlos en posibles.

Una vez me pregunté si encontrar a una persona feliz, que disfrute inmensamente de la vida sería la fórmula de la felicidad. Y resulta que sí. Que no hay nada más contagioso que la felicidad. Y que no hay nada más sexy que un hombre feliz. Y que la felicidad compartida es un círculo vicioso.

Alguna vez creí no tener más fuerzas para volver a empezar. Y pensé que construir una pared propia en la cual apoyarse era mucho más seguro que apoyarse en alguien más. Hoy se que cuando se encuentra el amor, y esa persona demuestra que te ama, es imposible construir una pared más sólida que la del amor compartido.

Mil veces me pregunté si era tan difícil dejar el cerebro de lado y dejar actuar solo al corazón, sin que se rompa en pedazos. Hoy aprendí que el corazón puede romperse tanto si lo dejamos actuar como si lo congelamos. Y que si lo congelamos cuando se quiebra lo hace en mil pedazos. Y si mantiene la gimnasia, no hay nada que un amor de verdad no pueda reparar.

Siempre pensé que los príncipes azules desteñían. Y eso no estaba mal, era parte de las reglas de la vida. Hasta que me crucé con un príncipe tan pero tan azul que aunque destiña mil tonos va a seguir siendo azul.

Creí también que la vida te brinda oportunidades por única vez, y que si no las tomás, esa pasa, y hay que esperar a que llegue otra. Pero aprendí que a veces nos pone la misma oportunidad enfrente por tanto, pero tanto tiempo que en algún momento no nos queda otra que aceptarla. Y ahí descubrimos el porqué de la insistencia. Porque la vida es sabia. Y el cosmos ordena para que en algún momento sea el momento justo y el lugar adecuado.

Un día quise demandar a Hollywood por daño emocional al producir películas que hablaban de amores que parecían imposibles y se hacían posibles, porque creía que eso pasaba solo en Hollywood y a los románticos como yo nos hacía generar ilusiones de amores inexistentes. Pero me di cuenta que siempre es posible cruzarse con otro romántico que tiene ganas de hacerlo posible. Y ahí las novelas románticas del cine se quedan cortas ante la realidad que logramos.

Me preguntaba cuanto tiempo podíamos permanecer irracionales tirándonos de cabeza en relaciones sin garantía. Y encontré que cuando uno se enamora no hay nada irracional. Y puede durar para siempre.

Pensé que ya no era posible “desaprender” lo vivido y volver a amar como niños para sentir las ganas de decirle al otro “te amo hasta la luna” y no sentirse ridículo. Y era posible. Cuando estamos frente a algo completamente diferente a lo vivido antes, es imposible no desaprender. Y empezar de nuevo nos hace sentir y amar como niños. Y eso es algo muy cercano a la felicidad.

Y siempre quise saber si existe el amor para toda la vida. Y para eso aún no tengo respuestas. Lo que sí sé, es que por primera vez, hasta podría apostarle a quien sea….porque la vida sin un amor así, no sería vida.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Vertigo

Estoy entendiendo que mi gusto por la velocidad no es solo cuando estoy a bordo de un auto potente y aprieto el acelerador.

Toda mi vida hice lo mismo en varios aspectos, el emocional incluido.

Si quiero algo, lo quiero ya. Obviamente, la mayor parte de las veces no tengo esa suerte, pero igualmente acelero lo suficiente para alcanzarlo...lo antes posible

Y así es como algunas veces me fue bien y alcancé algunas metas que ni hubiera imaginado en estos momentos de mi vida, y en otros casos, en especial en las relaciones de pareja, donde no dejé de darme golpes que no pudo parar ningún airbag, ni ABS, ni nada parecido.

Pero es inevitable para mí. Si veo que algo puede funcionar, acelero, acelero, acelero...para que esperar? La vida es tan corta, y tantas veces se encarga de recordármelo, que no quiero perder un minuto

Aunque rara vez el copiloto que me tocó en cuestión tenía la misma valentía.

Entonces yo aceleraba y a él le daba vértigo. O terminaba chocando, o cuando me daba cuenta, se había bajado a mitad de camino.

Entonces intenté tomarme las cosas con más calma. Ya tanto choque no podía ser ignorado, y no había amiga/o que no me mirara con pánico cuando me veía entusiasmarme al inicio de una relación. Y juro que lo intenté. 

Iba despacio, trataba de dejar fluir las cosas, no me comprometía...le daba tiempo al tiempo. Y hasta logré que me diera un poco de vértigo cuando el otro aceleraba.

Pero no hay caso. Ese tipo de relación me aburre. Es como tener una Ferrari e ir por el carril rápido de Panamericana a 60. Un desperdicio.

Por suerte, la vida se encargó de enseñarme que el secreto no estaba en dejar de acelerar, sino en encontrar el copiloto adecuado....y que lindo que es cuando la velocidad no da vértigo...


lunes, 29 de marzo de 2010

El vuelto

El cosmos ordena. Frase de cabecera de una amiga, excelente para justificar lo bueno y lo malo de la vida, y para no caer en la bronca o desazón cuando las cosas no salen como nos gustaría. No perdemos la esperanza de que, de alguna manera, la vida nos de revancha, o nos compense.

Últimamente venía sintiendo que el equilibrio no era tal. Muchas alegrías, pero no llegaban a equiparar las tristezas.

Entonces, y solo para ayudar al cosmos, intentaba conformarme con menos, y luchar por esas cosas que no eran exactamente lo que buscaba, pero se acercaban bastante. Me conformaba con menos, siempre y cuando la cosa lograra equipararse un poco.

Y todo lo que esperaba de alguien, todo aquello que hace más de un año escribí en el post “Necesito”, lo terminé considerando una utopía, algo así como soñar con la Ferrari que nunca voy a manejar.

Y de buscar a alguien a quien lo emocione un abrazo, pasaba a conformarme con aquél que simplemente quisiera abrazarme. Y lo disfrutaba, sí. Con el simple concepto de considerar que no se puede esperar lo que no existe, y sí disfrutar lo posible.

Los besos conformaban, el correr cuando el otro me necesitaba aplacaba las ganas de que corra cuando yo lo necesitaba. Los Te quiero no existían, pero siempre estaba la posibilidad de esperar a que lleguen.

Y la vida estaba bien, los ratos de felicidad existían, pero internamente, sentía que el cosmos no estaba ordenando.

Hoy aprendí que SIEMPRE el Cosmos Ordena. Y la vida compensa.

Y que no merecemos conformarnos con menos, cuando lo que deseamos no es más que lo que siempre luchamos por tener.

Y ahí es cuando la vida compensa. Aunque en este momento, es tanta la felicidad que creo que me dieron mal el vuelto…

lunes, 15 de marzo de 2010

Montaña rusa

Me gustan las montañas rusas. La adrenalina que generan, las ganas de subir estando abajo y las ganas de bajar estando arriba, pero a la vez esperando que no termine.

Y cuando subimos y empieza a arrancar, la ansiedad nos devora, queremos que pase algo ya, que acelere, acelere, llegue arriba….y cuando estamos ahí, empieza el pánico a la caída, y la alegría se transforma en terror, la adrenalina explota en las venas, queremos que esa sensación pare pero no queremos bajar…

Y gritamos pero con una sonrisa, y sonreímos pero por dentro temblamos, y reímos pero queremos llorar…

Están las que duran mucho y las que duran poco, pero cuando estamos ahí todas nos parecen durar una eternidad

A veces (casi siempre) bajamos mareados, pero dispuestos a volver a subir. Y cuando nos cansamos, seguramente disfrutamos del respiro hasta que nuestro cuerpo pide nuevamente adrenalina

El riesgo es generar tal adicción que necesitemos la sensación de vivir al límite, pero ya no la disfrutamos. Y el mareo al bajar ya borra la sonrisa, y descubrimos que, desde abajo, la gente que sube parece irracional, no nos tienta estar ahí…

En esos momentos, siempre aparece alguna montaña rusa nueva que nos revive las sensaciones dormidas, más fuerte, más ilusoriamente peligrosa, más adictiva…y no resistimos la tentación, nos subimos, volvemos a sentir el miedo a caer…y queremos más, más y más…

Por suerte, en el parque de diversiones que es la vida, siempre hay amores de montaña rusa para recordarnos lo emocionante que es estar vivos…

Volando

Ayer vole en parapente. Es una sensacion espectacular, mezcla de adrenalina, miedo, felicidad, libertad...igual que cuando empezamos a sentir por alguien esas cosquillitas que sabemos se van a convertir en amor.

Al momento del despegue todo es miedo. Y aunque uno no quiera pensar en lo terrible que seria una caida, y apague el cerebro para no tener miedo, es imposible. Pero aun asi, no se suelta del arnes. Y sin poder distinguir entre el masoquismo y el camino a la felicidad, nos arriesgamos.

Luego empieza el vuelo, y la adrenalina es tal que la sonrisa no se borra. Uno mira el acantilado calculando el impacto y aun asi es imposible parar. Cada vez quiere volar mas y mas alto.

Y le sigue la paz del vuelo, el disfrute de la felicidad de estar, al fin, en el lugar adecuado, en el momento justo. Y desde alli arriba, los problemas se ven tan pequeños que todo parece tener solucion, y nos sentimos capaces, siempre que tengamos el parapente con nosotros, de lograr todo lo que queremos en la vida.

Y aunque el vuelo termine, la sensacion queda, las cosquillitas se acrecientan y la sonrisa no se borra.

Igual que cuando nos volvemos a encontrar con la persona adecuada en el momento justo...

sábado, 13 de febrero de 2010

Cuanto cuesta

Hay tantas cosas que me costaron mucho en los últimos tiempos…
…entender que se había terminado
…aprender a dormir sola
…dejar de llorar
…disfrutar el amanecer con toda la cama para mi
…confiar de nuevo y volver a fracasar
…reconstruir la felicidad con los pedacitos que quedaron
…despertarme sola y con una sonrisa
…tolerar el fracaso
…dejar de lado la culpa
…extrañar sin llorar
…aceptar
…volver a armar un proyecto de vida, esta vez de a uno
…asumir que algunos deseos es posible que nunca se cumplan
…pelearla aunque pareciera imposible
…no rendirse y seguir intentando
…no volver a caer en el mismo error

Y ahora que logré mucho de todo esto, después de tanto esfuerzo, ahora que puedo dormir sola y despertar con una sonrisa, ser feliz solo con amanecer día a día, ahora que se que los proyectos de a uno van a funcionar de todas maneras, que la culpa no sirve, y que si se extraña lo bueno también hay que agradecer tener algo para extrañar, ahora que aprendí a soñar de nuevo, a aceptar el fracaso como una enseñanza, a no bajar los brazos a pesar de todo…

Ahora que logré todo eso…

Estoy segura que va a aparecer alguien que me va a recordar cuanto mejor es dormir de a dos, cuanto más fáciles son los proyectos que se comparten, me va a convencer que todo lo que daba por perdido es más que posible, alguien en quien voy a volver a confiar…

Y todo va a volver a empezar. Y toda la fortaleza que construí va a desaparecer para apoyarme nuevamente en una pared que sostiene otro. Y todos los logros que tanto esfuerzo me costaron van a parecer fracasos ante la felicidad recién construida. Voy a sentir que perdí el tiempo durmiendo sola. O mal acompañada. Y voy a volver a sentir esa mezcla de felicidad con terror a que la pared se caiga.

Y algún día, posiblemente la pared se vuelva a desmoronar.

Y ese día, no sé si voy a tener las mismas fuerzas de hoy para redescubrirme…

lunes, 8 de febrero de 2010

Nada mas sexy

Lunes, 8:30 am. Panamericana atestada de vehículos. Accidente adelante. Circulamos a 20. Al lado mío, joven de unos 30 y cortos, ventanilla baja, rock a volumen considerable, cantando y haciendo ritmo en el volante.

Me enamoré.

Ni siquiera le vi la cara. Me enamoré de su felicidad. Y obviamente, aún a varios metros de distancia, me contagió.

Nada más cierto que el hecho de que la felicidad hace a las personas más hermosas.
Es como si desde la sonrisa se viera el alma, o sus ojos reflejaran dicha. Y lo bueno es que indefectiblemente contagia.

Es casi imposible estar al lado de alguien feliz, y no contagiarse. Hay que tener el alma muy oscura para resistirse.

Y si esa felicidad justamente parte de la persona que tenemos al lado, y sabemos que contribuimos a generarla, mejor aún.

Será simplemente así? Tan fácil? Encontrar a una persona feliz, compartirlo, y alimentar esa felicidad día a día? Será esa la fórmula del placer?

Muchas veces relacionamos la felicidad con una especie de sana ignorancia de la realidad. Y puede ser. Cuanto más pensante somos, más nos apesadumbramos por cosas que no tienen solución, porque no podemos aceptarlo, o porque simplemente nos creemos capaces de cambiarlo. Ahí es cuando ayuda esa sana ignorancia.

O quizá sea exactamente al revés. Que solo una inteligencia superior es capaz de abstraerse de lo malo y dejar solo lo que lo hace feliz, y lo más difícil, recrearlo y alimentarlo para que dure en el tiempo…

O tal vez ambos extremos sean los únicos capaces de ser simplemente felices.

Como sea, estoy convencida de que no podría compartir mi vida con alguien que no tiene la capacidad de ser feliz. O que, por el contrario, la tiene pero se empeña en no permitirse serlo.

Como siempre digo…no hay nada más sexy que un hombre feliz…

domingo, 31 de enero de 2010

Destino

A veces deberíamos desconectarnos por completo, entregarnos, y dejar que el destino decida. Sin condicionamientos, ni miedos, ni esperanzas.

En especial cuando llegamos al punto en que nos sentimos un corcho flotando en el mar. Cuando estamos agotados de nadar, muchas veces porque elegimos hacerlo contra la corriente. O porque tomamos el camino equivocado y nos toca remarlo.

Son esos momentos en los cuales decidimos que es mejor dejarnos llevar, y que el mar decida la dirección del corchito, porque cualquier cosa va a ser mejor que elegir nosotros. En especial cuando batimos el record de caminos equivocados.

Y no estaría mal hacerlo más seguido.

Admiro la gente que tiene tal fe en algo o alguien, llámese Dios, el Destino o lo que sea, que puede disfrutar de la vida considerando que cualquier cosa que le pase, buena o mala, es porque Dios o el Destino lo quiso.

Me sentiría tanto más liberada de responsabilidades si pudiera pensar que nada de lo que haga podría torcer mi destino. Podría equivocarme, intentar lo que sea, confiando en que algo o alguien va a enderezar el camino hacia donde debe ir.

Pero como dijo Giovanni Papini, “El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad “. Y el instinto a veces falla y la voluntad no alcanza.

Y ahí es cuando empezamos a querer manejar nuestra vida con una planilla de Excel, anotando variables y esperando que una fórmula nos dé la respuesta. Escondiendo emociones que no dejan razonar. Porque para elegir un camino es necesario analizar, pensar, elegir, evaluar variables…y hay muchas probabilidades de errar la elección. Pero muchas más si en todo ese lío dejamos que se meta el corazón.

Porque el camino para evitar el amor no correspondido, los desengaños amorosos, el dolor de ya no amar, el miedo a perder el amor que se tiene, la desilusión, no se decide racionalmente, ni siquiera se puede salir de él una vez que descubrimos que era el equivocado. A veces hay que transitarlo igual, hasta el final. O hasta algún cruce que nos permita decidir nuevamente.

Pero…si dejamos al destino actuar, confiando en que es Nuestro Destino, que va a actuar a nuestro favor…no será más efectivo? Al menos, seguramente, es más fácil…

El problema conmigo es que no puedo abandonar la planilla de Excel. Todo lo tengo que razonar. La culpa es de la facultad de ingeniería, me forjaron tanto el pensamiento analítico que no puedo dejar de usarlo aún en mi vida personal.

Y eso sumado a que soy cabeza dura, me resulta imposible dejar solito al destino. Quiero ser la arquitecta de mi propio destino. Pero me equivoqué de carrera. Y cada vez que lo construyo el cálculo de estructuras me falla y se me desploma.

Por ahora, voy a tener un poco más de fe, y creer que lo que dice Jean de la Fontaine: A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo

jueves, 21 de enero de 2010

Dar y recibir

Moliere dijo: Cuando se quiere dar amor, hay un riesgo: el de recibirlo. Y cuan cierto es.

Cuando nos damos cuenta que alguien nos quiere, cuando percibimos amor en su mirada, cuantas veces huimos asustados, sin saber qué hacer con ese regalo que no pedimos?

Otras veces no nos damos cuenta que en nuestro corazón está surgiendo algo más profundo que las simples ganas de estar con alguien. Entonces lo negamos, porque tenemos miedo. Miedo a que al otro no le pase lo mismo. Miedo a que sí le pase, pero no funcione. Miedo a que no sea el momento adecuado.

O lo que es peor. Muchas veces lo único que esperamos es el sabor de la conquista. Y cuando dando amor logramos que el otro se enamore perdidamente, decidimos que el amor no era realmente amor, y terminamos lastimando a alguien que no se lo merecía.

Es grande el riesgo de dar amor. Por lo general se sufre. Por eso lo guardamos. Lo encerramos. Lo ocultamos. O simplemente lo matamos. Todo para que el otro no huya. O para que no lo devuelva, y tengamos que enfrentar el riesgo de amar, con sus alegrías y triunfos pero también tristezas, temores y frustraciones. Y subirnos a esa montaña rusa que nos provoca tantas sensaciones placenteras junto a un terrible vértigo que no nos deja pensar.

Si pensáramos solo por un momento en cuanto más grande es el esfuerzo de resistirse al amor que el de entregarse sin miedos, cuanta más desazón provoca no animarse, aún más que la que provoca una pérdida, quizás ahí tengamos una herramienta para vencer el miedo al fracaso y animarse al amor.

Amar es un riesgo. Pero recibir amor de la persona amada es un regalo de vida tan grande, que vale todos los riesgos imaginables.Después de todo…si logramos entregarnos a unos ojos que nos miran con amor, la recompensa es tan grande, que seguramente ese amor nos va a dar el valor de enfrentar cualquier frustración que nos depare la vida…

Melodias

Qué triste me resulta escuchar alguna canción de amor y que por mi mente no pase ni una cara, ni un recuerdo, ni una sensación.

Es como estar anestesiado. Una peridural del lado del corazón donde se guarda el amor.

A veces preferiría sentir dolor. O querer llorar. O simplemente sonreír recordando ese momento en el que ese tema me hacia volar en sus brazos. Lo que sea. Pero no tener el alma insensible.

Siempre la música me genera sensaciones. Inclusive físicas. La música clásica me calma, o me acelera el corazón como si estuviera corriendo en una maratón. El rock me da energías, los ritmos centroamericanos literalmente me mueven las caderas como si fueran independientes de mí. El tango me da nostalgia y recuerdos de infancia. Y las canciones de amor traen el amor a mi mente. La tristeza de un amor no correspondido, el recuerdo de uno muy profundo, la nostalgia del que no está, la alegría por el que está naciendo, o la ansiedad por el que sé que algún día va a nacer.

Pero nunca me había pasado esto de no sentir nada. Pongo empeño en escuchar las letras, en encontrar algo para sentirme identificada, provoco al dolor, lo busco…pero no está. Solo acompaño la melodía, la canto…pero ninguna sensación aflora.

Seguramente los mecanismos de defensa de mi mente están anulando algún sentimiento que quiere aflorar.

A veces creo que mi mente es el ángel guardián de mi corazón, que lo cuida para que no se siga partiendo en mil pedazos.

Por eso sigo buscando canciones. Traduzco letras. Quiero encontrar aquella que le dé batalla a mi mente y libere a mi corazón enjaulado.

Después de todo, está tan acostumbrado a los chichones y las curitas, que ya estoy convencida de que es irrompible y no necesita ángel guardián.

Tendría que avisarle a mi mente que mi corazón ya está grande, que se puede cuidar solo.

Aunque no sea verdad…