viernes, 30 de julio de 2010

Cuando el amor no duele

Todo el mundo lo sabe: el amor duele. Es como algo que viene implícito con eso de amar. Algo así como cuando nos dicen que si hacemos ejercicio físico y no nos duele nada entonces no sirvió.

Lo asumimos desde siempre, y así vamos por la vida aceptando que para recibir el regalo del amor, tiene que doler.

Y cuando ya desde un inicio una relación provoca turbulencias, y huracanes y un montón de accidentes naturales que provocan emoción, pero también dolor, lo consideramos como parte del juego que nos tocó jugar.

Asumimos desengaños, falta de metas en común, desilusiones, valores opuestos a los nuestros…sufrimos, pero como el dolor viene asumido en el paquete, el balance, sacando a ese villano de la cuestión, nos sigue dando positivo.

Claro que la adrenalina que genera intentar tapar el sol con un dedo, para enfocarnos en el amor que sin ninguna duda surgió por un montón de cosas buenas, es suficiente para mantenernos entretenidos un tiempo.

Y nadie duda de que eso era amor verdadero. Un poco movidito, si, pero amor al fin. Un amor en el que a uno le toca llevar la mochila más pesada mientras el otro emprende el viaje con el bolsito de mano.

Entonces construimos una pared, y otra, y otra, con una base apoyada en pilares rajados por el dolor que asumimos y dejamos pasar. Y seguimos construyendo basados en todos los momentos de felicidad que aprendemos a generar. Y que son como el ibuprofeno que nos oculta el dolor de amar.

Que diferente resulta cuando el amor no duele. Y que placer es no tener que estar a diario capeando huracanes y resguardándose de las tormentas. Y cuando toda la adrenalina se puede poner en tirar para adelante, en construir, esta vez sobre una base mucho más sólida.

Que bueno es ver que no se da un paso para adelante y dos para atrás, sino que se ve crecer la vida en común como un edificio, con cada vez más pisos…

Y es en ese momento cuando uno entiende que el verdadero amor es el que no duele. Es el que tiene una base tan pero tan sólida que nos da la sensación de que podemos construir tantos pisos como para llegar al cielo, y tocarlo con las manos…

lunes, 26 de julio de 2010

Superman

Hubo veces en la vida en que sentía que todo estaba mal. Y que no importa lo que hacía, nada se podía resolver.
Y aunque no era verdad, y lo cierto es que todo (o casi todo) tiene remedio, la desazón ganó. Por goleada. Y más de una vez.

El tiempo me mostraba una y otra vez que las cosas de una manera u otra se resolvían. O al menos pasaban a otro plano, perdían su importancia o simplemente dejaban de verse como problemas y se convertían en oportunidades, tal como dicen los libros de autoayuda. Pero a veces no alcanzaba para evitar el dolor del alma.

Por eso es que a aquellos que quizá por eso de ponerle garra y aún en los peores momentos de angustia pensar muy en el fondo que la racha va a cambiar, se nos va formando como un vestidito de superman (o mujer maravilla quizá) que nos resulta muy difícil de sacar.

Y lo peor es que es la imagen que reflejamos para muchos. En especial para aquellos que no han tenido la puntería de estar al lado nuestro cuando el vestidito se cae y no hay manera de convencernos de que sigue por ahí.

Y eso hace que el papel de superhéroe se nos pegue en el alma. Y eso es malo a veces. Es malo porque nos pone en la obligación de no mostrar flaquezas. Ni siquiera ante el espejo. Porque nadie le cree a un superhéroe que llora.
Y es malo porque también nos hace impenetrables…excepto para otro superhéroe.

Pero a veces es bueno. Es bueno porque si llegamos al momento en que realmente nos creemos el papel, eso ayuda y mucho a resolver imposibles.
Y ahí es cuando mirando para atrás nos preguntamos donde estaba el trajecito cuando permitimos tanto dolor, cuando nos privamos de ser felices por seguir un proyecto que solo un superman que se cree todopoderoso podía creer que iba a funcionar.
O cuando tratamos de entender cuanto más fácil hubiese sido si dejábamos caer el trajecito a tiempo y pedíamos ayuda.

Y en esos momentos en que podemos dejar el trajecito colgado en la percha, bien a mano, pero tranquilos porque sabemos que otro superhéroe nos cuida, ahí es cuando finalmente nos sentimos invencibles…