lunes, 15 de marzo de 2010

Montaña rusa

Me gustan las montañas rusas. La adrenalina que generan, las ganas de subir estando abajo y las ganas de bajar estando arriba, pero a la vez esperando que no termine.

Y cuando subimos y empieza a arrancar, la ansiedad nos devora, queremos que pase algo ya, que acelere, acelere, llegue arriba….y cuando estamos ahí, empieza el pánico a la caída, y la alegría se transforma en terror, la adrenalina explota en las venas, queremos que esa sensación pare pero no queremos bajar…

Y gritamos pero con una sonrisa, y sonreímos pero por dentro temblamos, y reímos pero queremos llorar…

Están las que duran mucho y las que duran poco, pero cuando estamos ahí todas nos parecen durar una eternidad

A veces (casi siempre) bajamos mareados, pero dispuestos a volver a subir. Y cuando nos cansamos, seguramente disfrutamos del respiro hasta que nuestro cuerpo pide nuevamente adrenalina

El riesgo es generar tal adicción que necesitemos la sensación de vivir al límite, pero ya no la disfrutamos. Y el mareo al bajar ya borra la sonrisa, y descubrimos que, desde abajo, la gente que sube parece irracional, no nos tienta estar ahí…

En esos momentos, siempre aparece alguna montaña rusa nueva que nos revive las sensaciones dormidas, más fuerte, más ilusoriamente peligrosa, más adictiva…y no resistimos la tentación, nos subimos, volvemos a sentir el miedo a caer…y queremos más, más y más…

Por suerte, en el parque de diversiones que es la vida, siempre hay amores de montaña rusa para recordarnos lo emocionante que es estar vivos…

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