sábado, 12 de mayo de 2012

Te doy pan, quieres sal

Así decía Serú en Seminare. Y remataba: nena nunca te voy a dar lo que me pides. Al principio me parecía romántica, ahora espero que la “nena” haya salido corriendo a tiempo.
Seguramente todos caímos una vez en el lugar común de pensar: con todo lo que hice por tal persona me lo paga así? A veces teníamos razón, pero otras…
Como siempre las cosas se ven más claras cuando les pasan a otros. Entonces cuando uno escucha una madre decir a un hijo “con todo lo que hago por vos”, es fácil ver quizá que mientras lo llenaba de caramelos o jueguitos de la play, lo único que el nene quería era un límite para sentirse contenido. O que se siente a jugar a los rasti con él.
Y todos caemos en el mismo error. Creemos que el otro necesita lo mismo que nosotros. O que quiere lo que queremos darle.
Y así como un montón de caramelos no compensa tantas llegadas tarde a casa, quizá tantos perdones nuestros no reemplazan una necesidad no expresada ni correspondida.
Nos pasa con algún amigo, al que le reprochamos un llamado que no fue, cuando nosotros siempre llamamos, pero a él le embola hablar por teléfono y preferiría un mail por semana. Quizá no nos corta cuando lo llamamos y lo viene soportando estoicamente…pero encima pedirle que él responda a nuestras necesidades a cambio de algo que no satisface las de él…no será mucho?
Hace un tiempo aprendí en un curso de neurolingüística el tema de los mapas mentales. Parece algo obvio pero habitualmente tratamos de comunicarnos con la gente de acuerdo a nuestro mapa mental y no el del otro. Como cuando hablamos con gente que no nos mira a los ojos y odiamos eso. Aprendí que quizá esa persona es auditiva y por más que esté mirando para otro lado nos escucha perfectamente, aún más que aquella que nos mira fijo mientras piensa en el grano que nos está saliendo en la frente y no escuchó nada de lo que dijimos…
Aún así es difícil. Pero hay que aprenderlo
Porque no hay nada más frustrante que sentir que dimos todo cuando el otro siente que no recibió nada. Cuando gastamos fortunas en un regalo de cumpleaños caro cuando el otro sólo necesitaba una cena íntima con velitas. O cuando esperamos más tiempo juntos sin hacer nada y el otro se desvive por inventar un plan divertido cada fin de semana.
Y eso es lo más difícil. Porque suponemos que lo que nos haría felices a nosotros también va a hacer feliz a la persona que queremos. Y no siempre es así. Suponer o adivinar no alcanza, aunque admito que es más fácil. La conciencia se aquieta porque “hice tanto por vos” y lleva mucho menos esfuerzo que observar al otro, analizar lo que le gusta o le falta, intentar tanteando opciones, preguntar…cosas que últimamente nos olvidamos de hacer.
Y con los regalos es fácil. Si uno se equivoca hay muchas más oportunidades en la vida.
El tema es cuando nos equivocamos con los sentimientos. Y damos demostraciones de afecto en público reprochando al otro que no lo hace, y resulta que se muere de vergüenza y no las disfruta. O le preparamos la comida todos los días para cuando llega del trabajo y él hubiera preferido que lo esperáramos en baby doll aunque tengamos que pedir pizza de delivery
Lo peor es que es muy difícil rechazar algo que sabemos que el otro considera una demostración de amor. Entonces nos callamos, aceptamos lo que viene y agradecemos lo rica que estuvo la cena. Y aprendemos a reprimir nuestras necesidades, hasta que en algún momento, habitualmente el menos oportuno, nos sale el reproche.
Y como cliente que se queja vuelve, a veces los reproches son buenos porque sacan a la luz lo que tendría que haber sido una charla natural. Lo malo es cuando las cosas explotan demasiado tarde. Y cuantas parejas se hubieran salvado si las facturas llegaban menos abultadas, en tiempo y en forma.
Por eso, si queres sal, te doy sal. Y siempre te voy a dar lo que me pidas. Bueno, quizá siempre no. Pero al menos pedilo. Así la factura no llega cuando ya sea demasiado tarde para el baby doll

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