domingo, 28 de diciembre de 2008

Quien sepa abrir la puerta para ir a jugar

En nuestra vida, estamos todo el tiempo abriendo y cerrando puertas. A veces solo nos asomamos a ver que hay, y si no nos gusta lo que vemos, seguimos nuestro camino, buscando otra puerta para abrir.

Cuando lo que está adentro nos tienta lo suficiente, ahí entramos a explorar y muchas veces quedamos atrapados en ese nuevo espacio, sin querer salir, y sin mirar si hay salidas de emergencia u otra puerta por la cual huir.

El problema no suele ser abrir puertas. Aunque los hay más o menos curiosos, de los que no exploran, de los que no se animan a entrar, o de los que una vez que entran no hay manera de hacerlos salir, en la mayor parte de nosotros la dificultad no está en abrir puertas, sino en cerrarlas.

Así nos pasa al final de las relaciones. Nos cuesta horrores cerrar una puerta de algo que fue maravilloso. Y como nuestra mente, y nuestro corazón aún más, suele ser bastante tramposa, seguramente seguimos viendo detrás de esa puerta la persona de la cual alguna vez nos enamoramos.

Y aunque ya no esté, aunque en verdad no sea hoy lo que teníamos ayer, a pesar de que la puerta alguna vez nos condujo a un cuarto de torturas más que a un campo de rosas, nos seguimos negando a cerrar la puerta. Por las dudas. Por si vuelve. Por si era EL lugar y lo perdimos. Por si había algo que hacer y no lo hicimos.

Y así seguimos boyando en los pasillos. Negándonos a abrir otras puertas. Resistiéndonos a enamorarnos nuevamente.

Porque podemos cerrar una puerta por convicción. Pero solo le ponemos llave cuando nos volvemos a enamorar….

No hay comentarios: