miércoles, 24 de diciembre de 2008

Tibio, tibio

Siempre hay un poco de locura en el amor, decía Nietzsche. Yo iría un poco más allá: para mí, no hay amor sin locura.

En un inicio las relaciones tienden a ser más locas y menos pensantes, luego, si prosperan, generalmente se amesetan y la rutina planificada y los sanos individualismos pasan a formar parte del día a día. Y el amor sigue, un poco más calmo, pero con un disfrute intenso también. Después de todo, no se puede vivir en la locura constante, aunque tan lindo sea.

Pero definitivamente, necesito locura. Mucha. De esa que te hace atravesar media ciudad después de 4 hs de no verlo solo por la idea irresistible de pasar una noche (una más) con él. De aquella que anula los sentidos, el entorno, las ganas de hacer cualquier otra cosa que no sea estar en sus brazos. De la que no analiza actitudes, no piensa en lo que debe ser, solo en que se quiere todo y ahora.

Y esto solo funciona si la locura es de ambas partes. Nada peor que alguien que sienta estos deseos irrefrenables hacia una persona tibia. Se convierte en un ser insoportable, pegajoso, de los que dan más ganas de escapar que de seguir.

La paradoja es cuando esos deseos se reprimen de una o ambas partes. Como darse cuenta si hay tibieza o deseos reprimidos? No es tan difícil la comunicación entre dos seres que acaban de conocerse como para complicarlo aun más? Aunque suene tan lógico, cuántas parejas habrá que nunca terminan de enamorarse por no expresar lo que sienten…es que hay que tener una buena dosis de locura para amar.

Y a mí, definitivamente, la tibieza no me enamora.

No hay comentarios: